Monseñor Juan Straubinger y la Biblia de Hispanoamérica
P. NÉSTOR SATO
El 27 de noviembre de 1999, el matrimonio del Río y quien escribe esta breve semblanza, fuimos recibidos, en su domicilio de la ciudad de La Plata, por Monseñor Juan Carlos Ruta, principal discípulo de Mons. Straubinger en nuestra patria, el cual abrió con generosidad, para nosotros, el arcón de sus recuerdos referentes al sabio y santo biblísta, cuya figura queremos ayudar a conocer. De esa extensa entrevista, del folleto que hace años escribió Mons. Ruta sobre su maestro, de los datos que nos consiguió de Alemania Mons. Jorge L. Lona, Obispo de San Luis, y de los cuatro artículos sobre Mons. Straubinger que nos hizo llegar la embajada de la República Argentina en la República Federal de Alemania, hemos sacado los rasgos de este gran hombre de ciencia y de la Iglesia. Lo esencial sin embargo lo debemos a Mons. Ruta, cuyo testimonio tiene el valor irremplazable de la inmediatez y de la calidez de un aprecio que se ha mantenido intacto a pesar del paso de los años.
Hay personas cuya existencia es un don muy especial que Dios hace a su Iglesia, pero que primeramente comienzan siendo un don muy particular para una parte puntual de ella. Tal es el caso de la presencia en la Argentina de Monseñor Juan Straubinger y su invalorable obra bíblica, que pronto trascendió nuestras fronteras y cubrió como marea bienhechora a todos los países de Hipanoamérica.
La relevancia de su obra fue reconocida por la Facultad de Teología de la Universidad de Münster, Alemania, la cual al otorgarle por ella el título de Doctor Honoris Causa, daba la razón de esa distinción al llamado El San Jerónimo de Sudamérica.
En nuestra época, tan estéril de grandes cosas, pero fecunda en hueco ruido y pirotecnia, ¿ha quedado alguna huella de la notable obra de este gran hombre para fertilizar nuestra desolada memoria?
¡Ciertamente que la hay y aun revivificada!
La ciudad de La Plata, que ha enriquecido religiosa y culturalmente a nuestra patria dando un gran paso hacia la terminación de su hermosa catedral, ha protagonizado ahora otro evento que no va en zaga al anterior: la reedición de esa bella catedral de sagradas palabras y sabios comentarios que es la Biblia en la versión, internacionalmente apreciada, que en su momento realizó Mons. Juan Straubinger de los originales hebreo y griego, editada en 1° edición por Descleé de Brouwer, Buenos Aires, en cuatro tomos y agotada luego; reeditada por el Club de Lectores, Buenos Aires, en dos tomos y agotada también; reeditada en Norteamérica, en edición de lujo y ahora reeditada en España, en un solo tomo por el Apostolado Mariano y aprobada por la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, con un Prólogo y Estudio del conocido biblísta Benjamín Martín Sánchez quien dice en dicho Prólogo:
Straubinger tradujo esta Biblia toda entera de los textos originales hebreos y griego.
Los que conozcan bien estas lenguas, reconocerán que está perfectamente traducida con su propio estilo, y confirman (esto) los testimonios de muchos biblístas a quienes he oído decir que es una de las mejores versiones.
El error en esta edición española, muy prolijamente impresa y hermosamente ilustrada, es la reducción de las Notas de Straubinger, con lo cual ha decepcionado a quienes esperaban el instrumento completo e inigualado, a nivel mundial, entre las Biblias manuales.
Pero he aquí que un grupo de católicos argentinos, ha tenido la inteligencia y la intrepidez de editar esta Biblia con la totalidad de sus valiosas Notas, en un solo tomo, papel biblia y sólida encuadernación, impresa en los talleres gráficos de la Universidad Católica de La Plata con la moderna maquinaria alemana.
Este acontecimiento editorial es una gota de dulzura en los amargos momentos que nos toca vivir, pues revela las secretas energías, las reservas de vitalidad que todavía hay en nuestro pueblo, al que tenebrosas fuerzas quieren reducir a nulidad.
Pero, ¿quién fue Straubinger, este sabio hombre de ciencia y piadoso y fecundo hombre de Iglesia? ¿y de qué medios se valió la Providencia para escamotearlo a su patria y a su lengua natal, para ampliar su destino, haciéndolo misionero de la Palabra Divina en los múltiples países de habla castellana?
* * *
Nació Straubinger el 26 de diciembre de 1883, en Esenhausen (Baden Würtemberg), en una chacra de la zona rural de la Alta Suabia, sur de Alemania. Su padre, Francisco Javier, su madre Crescencia Baumann.
A la influencia de ésta su patria chica deberá él, en parte, ese carácter tranquilo y voluntarioso, jamás airado, ese espíritu sereno y equilibrado, esa consistencia espiritual y psíquica que a Mons. Ruta, su más allegado discípulo, le hacía recordar la paz bíblica.
Allí crece, en esa región con mayoría casi absoluta de católicos aunque bajo el gobierno de un rey protestante y con algún contacto también con separados de la Iglesia, zona abundante en conventos y catedrales y también en institutos de caridad para asistir a variados dolores humanos.
Despertada su vocación sacerdotal, realiza los estudios correspondientes en la facultad de teología de la Universidad de Tubinga y lo hace en forma descollante, ya que es el primero en un curso de treinta y nueve alumnos.
De Straubinger estudiante, pudo decir el Rector del Convictorio de Retweil, que era idealista más de lo conveniente y que aspiraba a alturas adonde otros no podían seguirle, lo que fue para él, más de una vez, fuente de amargas decepciones. Pero que no era Straubinger un orgulloso neciamente envanecido de su talento, sino un hambriento siempre dispuesto a aprender más.
Recibe la ordenación sacerdotal el 17 de julio de 1907. Durante dos años realiza tareas pastorales en Ellwangen, Rechberghausen y Stuttgart.
A partir de 1909 enseña hebreo en Tubinga y en la misma ciudad es asistente de estudios en el Wilhelmstift, en donde residían los seminaristas que iban a las clases en la facultad de teología. Ahí actúa como ‘repetidor’, es decir, como ayudante de cátedra en Nuevo Testamento y Moral.
En 1912 se doctora en la Universidad de Tubinga en "Lenguas orientales" con una tesis sobre las variantes dialectales del arameo y se doctora también en "Historia comparada de las religiones" con una tesis sobre "La leyenda siria del descubrimiento de la Cruz". Por eso podrá decir Mons. Ruta con toda verdad: "Treinta y ocho años más tarde (de su doctorado), sus Notas al Antiguo Testamento nos sorprenderán por el conocimiento que revela de las distintas religiones orientales."
Ese mismo año, su obispo lo envía a perfeccionarse en ciencias bíblicas al Instituto Bíblico de Roma y allí es capellán de la iglesia de los alemanes S. María dell'Anima. En esa ciudad prosigue también su estudio del idioma árabe que llega a dominar.
El Instituto Bíblico le otorga una subvención que le permite viajar a Palestina en 1914. El Instituto de la Görres-Gesellschaft de Jerusalén también le concede una beca.
En ese año sueña e intenta algunas aventuras de arqueólogo bíblico descubridor de manuscritos, pero aconteceres extracientíficos y sobre todo la Primera Guerra Mundial le cierran ese camino. Durante esa guerra su obispo lo manda a Turquía como capellán de la marina alemana. Allí aprende el idioma turco, que como el árabe, habla corrientemente. En Turquía organiza comedores para necesitados, hogares para soldados y hospitales.
Terminada la guerra vuelve a Alemania y, joven científico de treinta y cinco años, piensa dedicarse a la enseñanza universitaria y a la investigación, pero su obispo lo nombra secretario de Caritas en Stuttgart y le encomienda la tarea de organizar Caritas en toda su diócesis de Roten burgo. En ello va a trabajar veinte años, hasta 1937, como su Director.
Alguien podría pensar que esta destinación era cortar neciamente las alas a un águila que prometía tanto vuelo en el firmamento de la Divina Palabra... pero no era así. Su obispo, Mons. Paul Wilhelm von Keppler, piadoso exégeta y sabio profesor de Tubinga y Friburgo, lo había alentado y guiado en su vocación bíblica y ciertamente no sería su intención malograr tal vocación, pero Alemania salía de una guerra con grandes heridas y las obras asistenciales de la Iglesia podían ser una necesaria expresión de la caridad cristiana.
Por otra parte, Mons. Von Keppler sabía que Straubinger era un intelectual de raza y que jamás iba a traicionar su estirpe convirtiéndose por obra y gracia de un reduccionismo demencial, en un mero asistente social; y también, sin duda, el sabio obispo preveía que ese contacto directo con el hombre común y doliente y con las necesidades espirituales y materiales de un país derrotado iban a enriquecer la vida del exégeta, evitando que se convirtiera en un ratón de biblioteca que estudia, piensa y escribe para otros ratones de biblioteca. Y, efectivamente, es con la experiencia de Caritas que se produce el gran giro en la vida de Straubinger.
Se dio cuenta que hasta entonces había vivido y estudiado en un mundo de especialistas y para especialistas y aunque ya había practicado la caridad en lo material, durante la guerra y ahora lo estaba haciendo en la paz, se dio cuenta de que no había utilizado su poderoso talento para practicar algo aún más importante, la caridad intelectual... el hacer llegar el pan del espíritu a los "pobres", a los "pequeños". Y así es que en adelante y partiendo siempre de las más sólidas bases científicas, porque él afirmaba que: "la interpretación práctica sólo tiene valor cuando se funda sobre una ciencia exegética precisa", su trabajo y estudio bíblico se van a orientar a iluminar y alimentar la vida cristiana de la gente común, con llaneza pero sin perder altura ni profundidad. Aquí nace esa nueva orientación de sus esfuerzos que van él fructificar en su obra maestra: su versión de la Biblia al castellano, comentada para la vida, ese poner al alcance de los "pequeños" el tesoro escondido de la sabiduría sobrenatural, para ayudarlos a vivir sabia mente según Dios.
Pero en tanto, ¿qué hace en Caritas?
Straubinger no defrauda a su obispo y se revela como un excelente organizador de obras asistenciales y eficaz hombre de acción. Entre la muchas obras fundadas o impulsadas por él, citemos sólo la creación en 1931, en Wangen, pequeña ciudad a 30 km. de la frontera con Suiza, de un Sanatorio de 400 camas para tratar niños tuberculosos, dotado del más moderno instrumental médico y con fama en el exterior por la calidad de sus trabajos científicos, y citemos también la creación de una empresa de seguros para que fuera fuente de recursos para Cáritas, empresa que en 1952 seguía funcionando en su edificio de tres pisos, lo mismo que el Sanatorio antes mencionado.
¿Y la Biblia?
No la olvida, pero su preocupación ahora es difundirla. En septiembre de 1933 funda en Stuttgart el "Movimiento bíblico popular católico" que todavía en 1963 estaba en pleno florecimiento con el nombre “Obra bíblica católica”. Funda también la editorial Keppler, para editar y difundir la Biblia del mismo nombre. Escribe además, en colaboración, una Iniciación bíblica, y en colaboración también, una Concordancia con 64.000 citas bíblicas.
A esta vida de multiformes facetas donde se entrecruzan tan disímiles elementos: el estudio y la acción, el misterio de Dios y el dolor humano, lo material y lo espiritual, también debemos agregar que Straubinger no estuvo totalmente ausente de la vida política de su patria, ya que en una oportunidad en que las circunstancias así lo requerían, él sin desdoro de su condición de religioso brindó su más enérgico apoyo al Partido Centro, que lideraba en ese momento la participación de los católicos en la vida pública de su país.
Nos acercamos ahora a un momento clave de la vida de Straubinger. Corre ese año 1937 en que se desencadenan los acontecimientos que darán lugar a su exilio de Alemania y su venida a la Argentina. Todo lo que él había vivido y aprendido hasta entonces, había sido una larga preparación para una importantísima misión que lo aguardaba, pero no como él soñaba, en su amada patria, sino en tierras muy lejanas de lengua desconocida... pero eso él lo ignoraba. Tenía cincuenta y cinco años de edad y sólo le restaban trece años para poder cumplir la misión que le esperaba... pero tampoco eso lo sabía. Más de pronto, la Providencia por medio de causas segundas, como habitualmente acostumbra, se abatió sobre él como un ave de presa y lo arrebató hacia su magno destino.
El Nacionalsocialismo, ya en el poder, había desatado una campaña de calumnias contra la Iglesia Católica en Alemania. Un domingo de 1937 se leyó simultáneamente en todas las iglesias de todas las diócesis del país, una extensa carta refutando esas calumnias.
La policía secreta, buscando al autor de la carta, sospechó de Straubinger, que ya se había enfrentado con las autoridades por defender la identidad y la libertad de las obras asistenciales de la Iglesia, pues los nazis, a partir de 1933, habían pretendido apropiarse de la red caritativa que él había creado. Por ciertos indicios obtenidos de allegados a Straubinger mediante apremios ilegales, la sospecha se convierte, para ellos, en certeza y con esto queda sellada su suerte y se inicia su cacería.
Es domingo cuando la policía va a apresarlo, pero él había ido a visitar el Sanatorio de Wangen y allí, por teléfono, logran avisarle que es perseguido. Straubinger siempre llevaba consigo, en esos tiempos de terrible inseguridad personal, su pasaporte y entonces, con fría audacia, y con sólo un portafolio y un paraguas, toma el tren y pasa a Suiza. Al día siguiente se cierran para él las fronteras de Alemania. Muchos años más tarde, confidenciaría a su hijo intelectual argentino que no fue él quien escribió la famosa carta, pero sí quien organizó su distribución nacional y con tal eficacia, que burló a todo el sistema de detección y control de uno de los más perfectos sistemas policiales totalitarios. Los cristianos del tiempo del Anticristo harán bien en invocar entonces la intercesión y las sugerencias de Straubinger.
En Suiza, una comunidad de religiosas alemanas le da refugio y el obispo del lugar le autoriza a permanecer sólo un año en la diócesis porque hay demasiado clero. Él comienza a estudia portugués ya que en Brasil hay muchas colonias alemanas, pero no es en el escenario muy limitado de ese idioma donde Dios lo quiere. Por eso, Él hace que un día, en dicha Casa Religiosa, Straubinger se encuentre con Mons. Enrique Mühn, hijo de alemanes y primer obispo de Jujuy, quien lo invita a venir a su diócesis. ¡Ahora sí Dios habla con claridad, y Straubinger acepta la invitación y el desafío! No conoce el idioma castellano, pero lo aprenderá en el viaje a la Argentina y llegará a hablarlo con perfección, sin errores gramaticales y sin acento extranjero, aunque lo hablará con lentitud. A esta testificación, Mons. Ruta añadirá que al predicar Straubinger en castellano, su expresión tenía un cierto dejo de timidez, pero cuando lo hacía en su idioma natal, su voz tenía otro vigor, observación que me fue confirmada por Mons. Mancuso, que también fue alumno suyo.
Ya en la Argentina, Mons. Mühn le confía la parroquia de San Pedro, la segunda ciudad en importancia de la Provincia, y allí fue durante 2 años un párroco celosos de sus deberes y donde mucho tiempo después, todavía recordaban su preocupación por los necesitados; pero él tampoco olvidaba su preocupación por la Biblia, y allí en ese rincón perdido de nuestra Patria, funda la Revista Bíblica, que inaugura ese movimiento bíblico que pronto se extenderá a toda Hispanoamérica ya que en todos los países que la integran tendrá la revista suscriptores y corresponsales. Mons. Mühn, con gran sentido de Iglesia, no se resigna a que un talento superior como el de Straubinger carezca de un campo de acción más amplio y provechoso para una porción mayor de la Iglesia y por eso interesa en él al arzobispo de la Plata, Mons. Chimento, en cuyo Seminario había vacado la cátedra de Sagrada Escritura (otra vez la mano de la Providencia) que es ofrecida entonces a Straubinger. Helo pues ahí, investido de la misión de abrir a futuros sacerdotes el ámbito de las lenguas bíblicas y las profundidades de la Sagrada Escritura.
Y una tarde de Pascua del año 1940, sin equipaje, tal como había salido de su patria, con desnudez apostólica, llega al Seminario de la Plata. Sólo tiene su fe, su amor a Dios, su pasión por la divina Palabra, el archivo de su mente lleno de fruto de tantos años de estudio, y lo arcano de su corazón colmado de experiencias religiosas que lo capacitan para comentar la Biblia, como pronto lo hará, no como mero profesor de Sagrada Escritura, sino como sólo un hombre religioso puede comentar ese Supremo Libro Religioso.
Aquí comienza la etapa más fructuosa de su fecunda vida, la etapa para la cual lo habían preparado todas las anteriores etapas.
¡Cómo ama Dios a la Argentina! Preparó para Ella durante toda una vida a un notable sabio europeo, y cuando esta preparación estuvo completada, lo atrajo a Ella para que en Ella volcara todo lo adquirido, haciéndola luego vehículo, para que a través de Ella, esa sabiduría bíblica-viviente se transfundiera todos los países de habla castellana.
Y ahí está el sabio preparado por Dios, a la puerta de ese Seminario que será su lugar de vida y de trabajo durante los próximo once años, porque tal es el resto de tiempo que le queda para cumplir su misión en Sudamérica: la de abrir las puertas de la Biblia y enseñar a asomarse a la profundidad de sus misterios, a los futuros dispensadores de los Misterios divinos; la de corregir y anotar la versión de la Vulgata hecha por Petisco-Torres-Amat; la de realizar en el Nuevo Mundo la primera traducción completa al castellano de los textos originales de la Sagrada Escritura, y la de anotarlos para la vida con una profusión que en su nivel no tiene semejante en ningún otro continente; la de encontrarse repetidas veces con ese gran estudioso del Apocalípsis que fue el P. Leonardo Castellani para intercambiar ideas sobre los puntos difíciles de éste Sagrado Libro, en una valiosa armonía de enfoques tanto en la interpretación del sagrado texto como en la interpretación de los actuales acontecimientos mundiales y su posible vinculación con los anuncios del vidente de Patmos; la misión de dirigir y expandir la acción internacional de su Revista Bíblica; la publicación, en distintas editoriales, de veintitrés volúmenes de su especialidad; y cuando termine la Segunda Guerra Mundial, ese inmenso conflicto que laceraba su corazón, la misión de promover junto a otras personas de raíz germana, la obra internacional de ayuda a Alemania… y dispone sólo de once años para realizar toda su obra, y él no lo sabe… pero va a trabajar como si lo supiera.
Trabaja todos los días del año, y en esos fundamentales once años sólo una vez se toma vacaciones, yendo a Coronel Suárez, al hospital de la ciudad, cuyo capellán era un sacerdote alemán amigo suyo. Sus jornadas de trabajo en el Seminario, aparte de cumplir sus deberes como capellán del Hospital italiano y de atender sus clases de profesor, suman diez horas diarias y a veces más, de tares tenaz, incansable, metódica y disciplinada, en su escritorio, yunque donde ese fino orfebre (era filólogo profesional y a su muerte Mons. Ruta llegó a contar más de 20.000 fichas eruditas de su maestro) va cincelando y acuñando en castellano, buscando la más exquisita precisión, la verdad de la Palabra Divina. Su aprovechamiento del tiempo en el cumplimiento de su misión hacer recordar aquel voto intrépido de S. Alfonso de Ligorio, de no dejar pasar ociosamente ni una partícula de tiempo. Straubinger vivió esa misma postura y decía que “hay que aprovechar hasta los cinco minutos”. Él no tiraba ningún pucho de tiempo y aprovechaba, en la construcción del Reino, el menor manojo de minutos para poner un ladrillo más. Y es dentro de ese enfoque que él atendía a la gente, con amabilidad, pero con brevedad, y cuando una entrevista se prolongaba más de lo razonable, solía cortarla diciendo: “Usted debe estar apurado y yo también”.
A ésta ascesis y aplicación heroicas se debe en parte la magnitud de lo que produjo, la otra parte se debe al talento con que Dios le dotó en tan alto grado, y otra parte secretísima se debe al patrocinio de San Juan Evangelista, cuyo nombre él llevaba y cuya fiesta celebraba todos los años piadosamente.
La ración de tiempo que Dios había concedido a Straubinger se estaba agotando. Él la había gastado con inteligencia y enérgica fidelidad. Sus sienes ya estaban blanqueadas y su salud no escapa a la injuria de los años. Había dado el mundo hispanoamericano los frutos plenos de su madurez laboriosamente alcanzada y ahora el buen servidor del Señor de la Palabra puede cantar el Nunc Dimittes y encaminarse sereno hacia el ocaso.
Transfiere a otras manos las Revista Bíblica y con la salud resentida retorna en noviembre de 1951 a Alemania, en compañía de su fiel discípulo Mons. Ruta. Allí es operado y allí se queda, por consejo médico, aunque su intención era volver a Argentina.
Se reincorpora a Cáritas en Stuttgart, da clases de Biblia a jóvenes, sigue con interés la suerte de sus publicaciones en Sudamérica y envía artículos a su sucesor en la Revista Bíblica. Cuando cumple los setenta años es nombrado Prelado de la Casa Pontificia.
En 1955 vuelve a ser designado presidente del Apostolado Bíblico católico de Alemania que había sido fundado por él en 1933.
Su domicilio en Stuttgart, Alexanderstrasse n° 3, siempre estaba abierto a la inteligencia, a la amistad y a la necesidad, pero Nuestro Señor ya había terminado de prepararle su domicilio eterno y lo pasó a buscar el 23 de Marzo de 1956 en el Hospital de María de Stuttgart, adonde lo había citado con la excusa de su precaria salud.
Tenía Straubinger setenta y dos años y tres meses de edad, cuando partió de allí en tan buena compañía hacia aquella maravillosa región donde no hay ya palabra que traducir, ni tiempo que racionar, ni abismos de misterios que sondear, porque la palabra se hace allí visión y mudo estupor, el tiempo se hace eternidad y el misterio, desnuda donación abismal para colmar nuestra mente y nuestro corazón, esos dos abismos hambrientos de ver, entender, poseer y amar a ese Dios Padre, Hijo y Espíritu de amor que allí se da, sin velos y sin intermedios, a esas creaturas suyas selectas que representan su imagen y llevan su semejanza, y que son su debilidad secreta.
Allí está Straubinger, y a él le pedimos nosotros, los tan torpes escolares del Espíritu Santo que bregamos todavía por la luz completa, en la umbrosa región de la parábola, del signo, la imagen y la analogía, que nos ayude desde la clara región de las plenas evidencias a seguir, según su ejemplo, deletreando incansable las Sagradas Letras, para merecer pasar, como él un día, de la consolación de las Escrituras (Rm. 15, 4) en el destierro, al éxtasis de la visión en aquella patria eterna del cristalino cielo.
* * *
Y ahora, una última reflexión: ¿sobre qué ejes principales giró el pensamiento y la acción de Straubinger?
Podemos hallarlos en su mayor parte en sus Notas a la Biblia y en su obra Espiritualidad Bíblica, Platín, Buenos Aires 1949, donde se recopilan estudios y artículos publicados en diversos periódicos y en la Revista Bíblica. Ya en el Prólogo de esa obra él señala algunos de esos ejes fundamentales y los indica con toda claridad en una carta a su sucesor de la Revista Bíblica. De allí los tomamos y los comentamos.
El Padre Celestial, justo, misericordioso, benigno, paternal. De esta valorización de la paternidad divina le viene a Straubinger la valorización de la infancia espiritual, como la postura sabia y adecuada de la creatura ante la ternura paternal del Creador. De ahí su aprecio por Santa Teresa del Niño Jesús, el apóstol de esa postura, cuyo valor doctrinal él tempranamente descubrió y utilizó en su Notas a la Biblia y está presente en otros lugares de sus escritos como algo muy importante y que caló profundamente en su alma.
Jesús, Maestro y Modelo, Camino hacia el Padre y centro de la Biblia.
Biblia, su amor apasionado por ella, por toda ella. Él mostraba la maravillosa unión de los dos Testamentos y desaprobaba enérgicamente el desinterés de algunos por el Antiguo Testamento y afirmaba que rechazar uno era rechazar el otro y citaba en su apoyo el inolvidable axioma de San Agustín: In Vetere Novum latet, in Novo Vetus patet, que perifrásticamente podríamos traducir así: "El Nuevo Testamento, en el Antiguo, en semilla está velado; y el Antiguo, en el Nuevo, en flor y fruto está manifestado."
Caridad fraterna que cristalizó en dos vertientes: caridad material, haciendo siempre lo que estaba a su alcance para aliviar las necesidades de su prójimo en ese nivel, tanto en Alemania como en la Argentina; y caridad intelectual, queriendo compartir aun con los más "pequeños" toda su riqueza de saber bíblico. Movido por esa caridad y sin negar la necesidad de la crítica textual, ni el valor de las Notas filológicas, geográficas y arqueológicas, que no faltan en su Biblia, afirmaba "que en las publicaciones bíblicas que se dirigen al pueblo, nunca debe faltar el método patrístico, que ante todo busca en la S. Escritura las verdades doctrinales y las enseñanzas prácticas para llevar una vida de más en más cristiana".
Segunda Venida de Cristo: exiliado de su amada patria, sojuzgada por un régimen anticristiano y tiránico, escapado desnudo de todo, de ser encarcelado, torturado y quizás asesinado por un poder omnímodo, habiendo logrado huir sólo por una disposición de la Divina Providencia, Straubinger deja a sus espaldas todas sus raíces y afectos, sus emprendimientos truncados o en riesgo de desaparición, una Europa que se encamina al abismo de una guerra sin parangón en la historia humana, pero vaya donde vaya él sabe que debe seguir viviendo en un mundo del cual Pío XII en su primera encíclica dijo: "¿No se le puede quizás, aplicar la palabra reveladora del Apocalipsis: «Dices: Rico soy y opulento y de nada necesito y no sabes que eres mísero y miserable y pobre y ciego y desnudo» (Ap. 3, 17)?"
Y más adelante, hacia el final de la encíclica, ya desatada la temida 2° Guerra Mundial, Pío XII dice: "Los pueblos arrastrados en el trágico vórtice de la guerra, quizás están aún al comienzo de sus dolores (Mt. 24, 8)". Palabras que Straubinger comenta en su obra ya mencionada diciendo: "El Sumo Pontífice expresa su creencia de que estamos al comienzo de los dolores anunciados por Jesús en el discurso escatológico (Mt. 24, 9)". El mismo Papa que años después, termina su Mensaje de Pascua de 1957 con estas gravísimas palabras: "¡Cuántos corazones os esperan, oh, Señor! ¡Cuántas almas se consumen en el anhelo del día en que sólo Vos viviréis y reinaréis en los corazones! Ven Jesús, Señor nuestro, hay muchas señales de que la hora de vuestro regreso no está lejana".
Straubinger ya no estaba en la tierra para leer estas últimas palabras del Santo Padre, pero su pensamiento y su corazón hacía ya mucho tiempo se habían identificado con este enfoque de Pío XII, y teniendo como él el alma agobiado por un durísimo presente y apesadumbrada por un muy tormentoso porvenir, alzó la mirada al Libro del Apocalípsis, escrito para consuelo de los cristianos en las continuas persecuciones que los amenazaban y para despertar en ellos la “bienaventurada esperanza” (Tito 2, 13), y comentó profundamente éste consolador Libro y lo divulgó encarecidamente para compartir el consuelo de Dios con sus hermanos en tan extremoso tiempo. Él enseñó la virtud de “esperar al Señor en su Segunda Venida” (virtud y verdad tan olvidadas) y aún la posibilidad de apresurar esa venida (2 Pedro 3, 12) para arreglar este desquiciado mundo y erradicar para siempre este tenebroso manto de tinieblas que nos va cubriendo. Ya que Dios nos amó tanto que nos envió a Straubinger como en poderoso viático, le pedimos que conceda a este santo sabio el seguir ayudándonos fuertemente con su intercesión, en este luctuoso tiempo que poco a poco se va asemejando al que él vivió en Europa y lo llevó al exilio, con el agravante de que en este mundo globalizado, la única Ciudad de refugio no es ya ninguna Sudamérica, sino sólo las Manos de Dios, ese Dios en cuya paternidad y omnipotente ternura Straubinger enseñó a confiar.
N.B. No sería un despropósito desear que Mons. Ruta interesara a su Obispo en dar los primeros pasos hacia el reconocimiento de la santidad de vida de Mons. Straubinger por parte de la Iglesia, y que se le diera, jurídicamente, el testimonio que pocos como él tienen autoridad para dar.
* * *
“En los últimos meses, quien lo visitara, podía verlo con uno de los tomos de la Sagrada Escritura, en la excelente edición comentada por Monseñor Straubinger o con el Breviario Romano que meditaba con asiduidad como un monje” (Juan Carlos Moreno, Hugo Wast, Eudeba, Buenos Aires 1969, p. 288)
(Tomado de Gladius 62, Año 2005, pags. 81-92)
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